Cuando estoy pasando por un mal momento, resulta útil entender lo que los psicólogos denominamos el Triángulo cognitivo. Es una de las primeras psicoeducaciones que hago en consulta, entender la relación que existe entre mis pensamientos, emociones y comportamientos.
Por ejemplo, tengo un examen y pienso que me va a ir mal (pensamiento). Este pensamiento hace que me sienta inseguro (emoción) y que dude en si he entendido bien la pregunta o si la estoy respondiendo adecuadamente (comportamiento).
No somos lo que pensamos, tenemos pensamientos, pero no somos estos pensamientos. Si que tenemos la capacidad para pensar, pero esto no quiere decir que lo que pensamos sea real. Mientras me confunda con lo que pienso y no soy, voy a sufrir.
Uno de los primeros descubrimientos que hacen los niños y los jóvenes es que tienen la capacidad de decidir si los creen o bien, pueden pensar de forma diferente (si estos los limitan y generan malestar). Les enseño a verse cómo observadores externos de estos pensamientos, cuestionarlos y a recuperar el “control” que tienen sobre estos encontrando pensamientos alternativos menos limitantes, más adaptativos y reales. En términos psicológicos seria practicar la defusión cognitiva.
No es una tarea nada fácil ni rápida y requiere de muucho entrenamiento, sobre todo en los casos que los jóvenes tengan ansiedad o un estado de ánimo deprimido, en este caso, los pensamientos negativos tienen mucha fuerza y aparecen con más frecuencia haciendo difícil esta defusión.
Entonces, en determinadas ocasiones algunos me preguntan ¿si no soy lo que pienso, entonces, que soy?
Et voilà, Aquí empieza el precioso e interminable camino del autoconocimiento.
Una abrazo!